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27/6/11

"El Precio" de Arthur Miller en el Liceo


El Precio de Arthur Miller –un verdadero clásico del teatro norteamericano - volvió a la cartelera porteña después de 43 años.

Esta obra, que  en 1968 se estrenó en el mítico Teatro Odeón de Buenos Aires  –sólo seis meses después de su debut en New York-  fue ni más ni menos que la primera incursión de Alejandro Romay en la producción teatral. Por eso, luego de 43 años,  esta reposición de El Precio en el Teatro Liceo, con versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino, y dirección de Helena Tritek,  sin lugar a dudas representa un originalísimo homenaje del Productor Diego Romay a su padre Alejandro.

Se trata de una historia trágica que tiene por protagonistas a dos hermanos que vuelven a encontrarse después de 16 años; ellos son Víctor Franz (Arturo Puig), un policía que vive al día con su magro sueldo; y Walter Franz  (Antonio Grimau), un exitoso cirujano.

La obra transcurre en el ático de la vieja casa paterna que pronto será demolida. Los herederos deben deshacerse de un montón de muebles y objetos , que denotan la existencia de un pasado muy próspero en que la familia Franz perteneció a una clase acomodada; hasta que se produjo  la debacle económica de 1929. Y a partir de entonces,  esta crisis de alguna manera marcó el rumbo que tomaría  la vida de cada hermano.  Así, ante la misma encrucijada, cada uno tomó una decisión distinta; y ambos pagaron un precio demasiado alto por sus elecciones: Víctor -que dejó todo por ayudar a su padre luego que este perdiera su fortuna- es alguien que está preso de la necesidad y no puede encontrar la salida de sus desventuras; su hermano Walter, en cambio, que no pensó más que en sí mismo y logró triunfar profesionalmente, sin embargo está solo y es muy infeliz.

Junto a Víctor está su esposa  Esther (Selva Alemán), quien además de esperar que se realice una buena venta de los trastos arrumbados, también desea que ambos hermanos se reconcilien. A ellos se unirá Gregorio Solomon (Pepe Soriano), un viejo tasador y vendedor de muebles y antigüedades, que desesperadamente  tratará que los hermanos  hagan las paces y que su negocio no se pierda.

Me gustó en general el trabajo de todos los actores, pero me impresionó el desempeño actoral de Pepe Soriano, quien -es para destacar- con sus 81 años, le da cuerpo y vida a un personaje muy interesante, cuyas desopilantes y magistrales intervenciones contribuyen en gran medida a distender  la dureza de la trama.

Desde la propuesta dramatúrgica, el personaje de Solomon aparece como aquella otra mirada posible; como aquel otro punto de vista que Víctor nunca ha querido ver, o que por diversas razones no ha podido reconocer como un verdadero horizonte de posibilidades, como una multiplicidad de caminos alternativos. Y este planteo medular de la obra aparece con claridad  cuando Víctor le dice a Solomon: “Esa mesa es muy valiosa”; y entonces  Solomon le responde riendo: “Puede que sí,  puede que no”. Porque para Solomon -que tiene tanto de comerciante como de filósofo- el precio es sólo un punto de vista; porque para él, la vida que cada uno elige para sí  es sólo un punto de vista  entre muchos otros posibles.

En esta puesta también es para destacar  el impresionante diseño escenográfico realizado nada menos que por  Eugenio Zanetti (Oscar 1995 por Restauración). Se trata de una escenografía magnífica, impactante, sublime; cuidada hasta en sus más mínimos detalles. Es una verdadera obra de arte, que nos transporta a un ático abigarrado de muebles y objetos de los más diversos, que nos invitan a imaginar un tiempo otro  en que la familia Franz fue feliz.

Ante una presentación escenográfica de tal magnitud, y frente a la explicitación al inicio de la obra del motivo que convoca a los hermanos Franz para reencontrarse después de 16 años, a primera vista todo parece indicar que el título de la obra  refiere al valor económico de los muebles; pero no.  "El precio" pone el foco en algo mucho más profundo, y por cierto, mucho más costoso; alude al precio que todos los seres humanos irremediablemente pagamos por cada una de las elecciones que realizamos a lo largo de nuestra existencia.   Se trata de una reflexion de tiempos largos que se despliega con inigualable maestría  en esta  pieza teatral tan intensa como movilizadora, que  sorprende  por su actualidad.

Teatro Liceo
Rivadavia y Paraná
Tel 4381-5745
Miércoles a Viernes 20.30 hs./ Sábados 19.30 y 21.30 hs./ Domingos 19.30 hs.
Localidades en venta desde $ 100.-

Nota al pie: Algo inesperado suscedió durante el desarrollo de esta pieza: en el momento de mayor intensidad dramática de la obra -el instante en que se encuentran los hermanos que no se ven desde hace 16 años- en la sala se escuchó que alguien se había ahogado y acto seguido se escucharon gritos desesperados de una mujer. Tras este episodio, la obra fue interrumpida por los actores. Pero...¿qué pasó? Pasó, que en el palco vecino al mío yacía en su asiento un hombre desvanecido. Rápidamente, una médica del público se acercó  y comenzó a practicarle tareas de reanimación. Les cuento que en ese momento temí lo peor. Y…  ¿quién era el infortunado?  Nada menos que el Sr. Miguel Rottemberg, padre del productor teatral Carlos Rottemberg. Felizmente, sólo se trató de una lipotimia. Pero lo verdaderamente increíble fue lo que dijo a viva voz Don Miguel cuando se repuso: “Quiero seguir viendo la función”, tras lo cual, todo el teatro se echó a reír -una reacción del público bastante lógica después de haber pasado por una situación de tan extrema tensión-. Pero los médicos de la ambulancia no festejaron semejante ocurrencia, y se lo llevaron. Luego, la función se reanudó.
¡Qué bueno que sólo fue un susto con final feliz! Mis saludos a Don Miguel.

8/6/11

"El secuestro de Isabelita" de Daniel Dalmaroni




La historia arranca a partir de un grito desesperado: “¡Yo no soy Isabel Perón!”; un grito que proviene de un escondite clandestino, y es proferido por una mujer maniatada y con los ojos vendados, que continúa gritando: “¡Les juro que yo no soy Isabel Perón!...”
Así comienza esta historia, tan trágica como desopilante, que desde el primer instante descoloca al espectador planteándole un gran interrogante: ¿será posible que se haya cometido semejante equívoco? ¿Y si no es Isabel Perón, quién es entonces la secuestrada?

Esta magnífica obra, escrita y dirigida por Daniel Dalmaroni, transcurre a mediados de la década del setenta, en cuyo contexto nos encontramos con Perón muerto, con María Estela Martínez “Isabelita” a cargo del gobierno, y con la “Triple A” haciendo estragos.
Los protagonistas son siete jóvenes peronistas que han sido expulsados de la agrupación Montoneros por ser excesivamente “fierreros”. Estos muchachos, cuya visión del mundo se sustenta en una profunda creencia en la revolución como fundamento para su accionar en la lucha armada, deciden secuestrar a “Isabelita” con el convencimiento de que con este hecho lograrán presionar a López Rega para que abandone el poder, y así evitar que se produzca el tan temido golpe militar. Pero, por diversas razones, finalmente las cosas parecen no salir según lo planeado.

En cuanto a la dramaturgia, es para destacar la elección del equívoco (el secuestro aparentemente erróneo) como eje articulador de la obra, ya que posibilita la construcción de la trama bajo la alternancia entre lo trágico y lo cómico, creando un acertadísimo ritmo dramático. 
Y si bien el equívoco es el eje a partir del cual se estructura la obra -poniendo al descubierto todas las falencias de una organización extremadamente militarizada que operan en la clandestinidad-, también aparece de manera recurrente durante toda la pieza y desde distintos enfoques, cierta problematización del tema de la identidad: En un primer momento se plantea el interrogante acerca de la identidad de la secuestrada. Luego, reaparece este tema con relación a los militantes, quienes a lo largo de su trayectoria como activistas utilizan distintos “alias” en cada agrupación de la que formaron parte para preservar su identidad verdadera. A través de esta escena -que me resultó una de las más desopilantes de la puesta- queda perfectamente plasmada la crítica medular de la obra, ya que plantea la existencia de cierta operación de anulación del individuo (de su identidad) en función del colectivo (la causa, la fe ciega en la revolución). Y finalmente, en un tercer momento, la cuestión de la identidad llega al extremo cuando se problematiza la identidad del líder mismo; sí, del mismísimo Perón. Esta escena podría inscribirse dentro del absurdo total, porque a través de cierta elucubración que a todas luces resulta ridícula a los ojos del espectador, sin embargo resulta verosímil para estos militantes que desesperadamente necesitan reconstruir su historia herida de muerte, sin importar que para ello se valgan de una historia totalmente absurda; porque lo único que para ellos importa es poder explicar aquel hecho traumático e incomprensible que los dejó tan malheridos; y es por este camino que de algún modo podrían llegar a subsanar su desencanto para con el líder.

Con respecto a la puesta,  me pareció muy interesante y hasta estratégico el lugar elegido para la misma; se trata de la Sala Teatro Abierto, que se halla en el subsuelo del Teatro del Pueblo. ¿Por qué estratégico? Porque este camino escaleras abajo genera la increíble sensación de adentrarse en un bunker, en un sitio clandestino. Esta sensación  se refuerza cuando a lo largo del recorrido que se debe realizar para ingresar a la Sala uno se topa con bombas molotov sobre cajones con armamento. Y estas experiencias sumadas a la disposición semicircular del espacio de la escena, contribuyen a crear en el espectador la ilusión de ser un miembro más, aunque silencioso y pasivo, que contempla las múltiples asambleas que se llevan a cabo.

En cuanto a la escenografía, la misma es sencilla pero suficiente, ya que logra construir un contexto adecuado para el desarrollo de la acción dramática, confiriéndole verosimilitud a la trama, y funcionalidad al espacio de la representación. Resulta acertada la elección del vestuario, que conjuntamente con el maquillaje y los peinados, logran darles forma y vida a estos personajes que de pies a cabeza resultan absolutamente setentistas. También es correcta la utilización de la iluminación y del sonido, cumpliendo ambos elementos técnicos una función relevante a lo largo de toda la puesta, tanto en la creación de diversos climas como en el tratamiento y la construcción de distintas temporalidades.

Pero sin lugar a dudas esta obra puede desplegarse en toda su potencialidad, porque se sostiene en un trabajo actoral  sólido, sin fisuras, increíble. La verdad -hay que decirlo- sorprende encontrar tanto talento junto interpretando una muy original propuesta dramatúrgica, que logra plantear una crítica lúcida sobre una generación de jóvenes militarizados cuyo accionar se ha sostenido en la adscripción a cierto lugar común, a cierta “fe revolucionaria” -cuasi religiosa, y por ello mismo, incuestionable- ; y que llevada al extremo pudo convertirse en un total delirio. En la puesta en escena, este planteo aparece claramente cuando se ve a los revolucionarios llevar a cabo rituales que no comprenden del todo, en los que se diluye la propia identidad personal y la voluntad, bajo un ideal que los excede y cuyo alcance no pueden precisar.

“El secuestro de Isabelita” es a mi criterio una obra fantástica, cuya trama se entreteje entre lo trágico y lo cómico, desplegando en su recorrido un lúcido planteo crítico, que nos invita a reflexionar acerca de lo peligroso de las posiciones extremas, en cuya lógica se halla siempre latente el germen de la irracionalidad.
No se pierdan “El secuestro…”; se las recomiendo como una joyita que late en la clandestinidad de la escena porteña.

Para agendar:

Funciones: sábados 22.30hs.
Teatro del Pueblo –SOMI – Sala Teatro Abierto
Av. Roque Sáenz Peña 943
Localidades: $50 (descuento estud. y jub. $25)
Reservas: 4326-3606

Dirección: Daniel Dalmaroni
Elenco: Mariano Bicain (Chuzo), Gabriel Kipen (Marcos), Ivana Averta (Susana), Gastón Courtade (Sergio), Daniela Nirenberg (Lía), Juan Mendoza Zélis (Ricardo), Daniela Zayas (Mónica) y Sonia Martínez (Isabel).
Producción ejecutiva: Leticia Hernando
Prensa y difusión: tehagolaprensa@sion.com